70 países
Y entre 2005 y 2007 estuve dando una especie de vuelta al mundo que, durante 25 meses, me llevó a más de 30 países.
os primeros aviones fueron a América y mi compañero fue Vico, un buen amigo. Eran los primeros años de Internet, y todo era más improbable. La guía Lonely Planet –conocida como la Biblia de los viajeros- servía como brújula, pero lo interesante estaba cuando uno superaba sus confines. Hicimos la mochila y nos fuimos a Perú. Queríamos que corriera el aire y que el viento soplara en nuestro nombre. Hicimos viajes largos en autobús, a veces por carreteras sin asfaltar. En una ocasión compartimos fila de asientos con unas indias que mascaban hojas de coca y que a veces nos dejaban acunar a sus bebés. El polvo entraba dentro del bus. Conocimos Machu Pichu y vimos cóndores en el cañón del Colca. Un año después hicimos por carretera los 7.000 kilómetros que separan el Distrito Federal mexicano de Nueva York en 21 días. Nos dirigimos primero a Guanajuato para luego ir subiendo hasta Tijuana. Después de cruzar la frontera, llegamos a Las Vegas la noche de Halloween para juntar el lugar y el día más lisérgicos de los que se pueden vivir en Estados Unidos. Para terminar hicimos otro viaje de sesenta horas en un autobús de la empresa Greyhound desde la Ciudad del Pecado hasta Nueva York. El año siguiente recorrimos Centroamérica de México a Costa Rica, y viaje a viaje, fui haciendo mía la frase del periodista polaco Ryszard Kapuscinski: “El secreto de la vida está en cruzar fronteras”. Durante aquellos años, siempre miraba a la izquierda del mapamundi, allí donde se dibujaban los Andes, el Amazonas o la selva Lacandona, y se escribían nombres de lugares que se leían como suspiros (Ushuaia, Chiloé, Jujuy), como silbidos (Uyuni, Neuquén, Chiriquí) o como rompecabezas (Xochimilco, Chichicastenango, Tipitapa), y que, con el tiempo, terminaron formando parte de mi biografía.
ero estos viajes de un mes terminaron por parecerme cortos. Yo pretendía alejarme, dejarlo todo, cumplir un sueño, no conocer a nadie y que nadie me conociera, “largarme al territorio inexplorado”, como Huckleberry Finn, para hacer de lo cotidiano algo extraordinario. Y por fin, el 5 de enero de 2005, tan sólo unos días después del tsunami que asoló muchos países del Pacífico, aterricé en Bangkok para cumplir el sueño de dar la vuelta al mundo. Cuando volví ya no era el mismo.
He pasado mucho tiempo conversando con gente de diferentes lugares, hablando sobre su trabajo, sus costumbres, sus pasiones… Somos todos muy diversos, pero al final muy parecidos. Viajar me enseñó a amar nuestro planeta, a empatizar con la gente más necesitada y a ser, a la postre, mejor persona.