E
n el mundo terapéutico esta inclinación se va imponiendo. Es cierto que tiene ventajas: no hay que desplazarse, se ven mejor las caras, se puede acompañar a gente que está lejos… pero creo que las desventajas son más numerosas: no hay abrazo, hay más posibilidades de esconderse emocionalmente, se puede ahondar en el aislamiento y sobre todo, en la pantalla los seres humanos tenemos sólo dos dimensiones, y es al perder la tercera, cuando se aleja gran parte del contacto y por ende de la posibilidad de sanación. Nos colocamos, de hecho, ante la incierta posibilidad de que dos personas inicien y concluyan un proceso terapéutico sin conocerse físicamente.
Vuelvo a lo que dijo el maestro Gourdjieff: “Traten de verse a sí mismos, porque no se conocen. Deben darse cuenta de este riesgo; la persona que trata de verse a sí misma puede ser muy infeliz, porque verá muchas cosas malas, mucho que querrá cambiar, y ese cambio es muy difícil. Es fácil empezar, pero una vez que hayan abandonado su silla, será muy difícil conseguir otra, y esto puede causar una desdicha muy grande”. El proceso terapéutico supone un viaje hacia lo desconocido y en ese camino por una cinta tensa, el terapeuta acompaña de la mano al paciente-funambulista, hasta que un día lo deja, porque la cinta en la que se apoyan sus pies es mucho más ancha y ya no hace falta su presencia. ¿Es posible hacer este proceso sin que las dos personas coincidan físicamente? Seguro que sí, pero…
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