Sobre la terapia on line

Lo que me dejó postrado la primera vez que vi

"Blade Runner"

fue la atmósfera de la película.

A

quella oscuridad y esa frialdad con la que se movían e interactuaban los personajes (no sólo los replicantes). En muchas ocasiones parecía que la vida les había dicho basta. Por eso creo que una de las razones por la que la escena final (“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais…”) se ha convertido en un momento icónico de la historia del cine es, porque rompe con esa dinámica para entrar en la profundidad (“… todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”).

La llegada del Covid y lo que está ocurriendo después, parecen haber acelerado el camino hacia un mundo como el que imaginó Philip K. Dick. Estamos inmersos en una sociedad líquida en la que es muy difícil entablar contactos íntimos y nos dirigimos hacia un mundo en el que las pantallas, las redes sociales, el individualismo, el narcisismo, el aislamiento y la frialdad serán los ejes que marcarán la manera en la que nos relacionaremos.

U

no de los pocos lugares donde cobijarse de este ambiente tan neurótico que nos rodea es el de las terapias humanistas. El contacto humano, la cercanía, las miradas, los silencios… nos empujan hacia la emoción y la profundidad, y nos alejan de las órdenes que se escuchan desde los altavoces imaginarios que se han colocado en pueblos y ciudades: “¡No se acerquen!”. “¡No se toquen!”. “¡Pónganse la mascarilla!”

¡No se acerquen! ¡No se toquen! ¡Pónganse la mascarilla!

E

n mi caso, y durante los 10 años que he trabajado con mi terapeuta, lo que me ha ido sanando –más allá de las técnicas- ha sido precisamente la relación humana: el no sentirme juzgado, el poder expresarme, el verme reflejado en los ojos de otra persona, el poderme emocionar sin que saltase ninguna alarma, el ser tocado…

Uno de los efectos de la pandemia ha sido la multiplicación (casi exponencial) de los “contactos” a través de las pantallas. Empezó con el confinamiento, y esto nos facilitó, al menos durante un tiempo, la vida. Pero parece que con la distancia social que han provocado las medidas gubernamentales y con el miedo, la tendencia se ha asentado. Y hay varias obviedades que no conviene olvidar: las pantallas no son la realidad, son una forma de control social y enganchan.

E

n el mundo terapéutico esta inclinación se va imponiendo. Es cierto que tiene ventajas: no hay que desplazarse, se ven mejor las caras, se puede acompañar a gente que está lejos… pero creo que las desventajas son más numerosas: no hay abrazo, hay más posibilidades de esconderse emocionalmente, se puede ahondar en el aislamiento y sobre todo, en la pantalla los seres humanos tenemos sólo dos dimensiones, y es al perder la tercera, cuando se aleja gran parte del contacto y por ende de la posibilidad de sanación. Nos colocamos, de hecho, ante la incierta posibilidad de que dos personas inicien y concluyan un proceso terapéutico sin conocerse físicamente. Vuelvo a lo que dijo el maestro Gourdjieff: “Traten de verse a sí mismos, porque no se conocen. Deben darse cuenta de este riesgo; la persona que trata de verse a sí misma puede ser muy infeliz, porque verá muchas cosas malas, mucho que querrá cambiar, y ese cambio es muy difícil. Es fácil empezar, pero una vez que hayan abandonado su silla, será muy difícil conseguir otra, y esto puede causar una desdicha muy grande”. El proceso terapéutico supone un viaje hacia lo desconocido y en ese camino por una cinta tensa, el terapeuta acompaña de la mano al paciente-funambulista, hasta que un día lo deja, porque la cinta en la que se apoyan sus pies es mucho más ancha y ya no hace falta su presencia. ¿Es posible hacer este proceso sin que las dos personas coincidan físicamente? Seguro que sí, pero…

Nos colocamos, de hecho, ante la incierta posibilidad de que dos personas inicien y concluyan un proceso terapéutico sin conocerse físicamente.

S

i pienso en la terapia on line me surgen las palabras “parche”, “circunstancial”, “momentáneo”… Todos los que estamos en estos mundos del autoconocimiento haríamos bien en tratar de recuperar las sesiones presenciales cuando nos alcance la “normalidad”, porque de lo contrario, habremos contribuido a la frialdad, al aislamiento y poco habremos aprendido de estos meses de trauma que tantas consecuencias están teniendo en la salud mental de la gente.

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